La noche avanza
sobre la línea blanca de la carretera.
Con los dedos en la ventana
juego a seguir la luz de los faros,
igual que cuando era niño
y viajaba en el asiento de atrás.
Recuerdos
de aquella ventana y otras noches
en un rincón del cuarto
asomado a mi lámpara globo terráqueo.
Rusia era tan grande como mi mano,
España era mi dedo gordo,
Madrid tan pequeño como una uña
y yo era diminuto
insignificante
invisible mota de polvo.
Demasiado pequeño
Demasiado lejos
¿Cómo haría para visitar esos países?
Los sentía lejanos como una estrella.
Sólo los alcanzaba en sueños.
A la luz de la misma lámpara
leía libros de viajeros
de aventureros.
Con el dedo seguía las frases
juntando caminos
hacia islas desiertas,
hacia pirámides en la selva,
hacia un tesoro…
Y soñaba
soñaba
toda la noche.
Pienso en esto
-han pasado algunos años,
las estrellas siguen lejanas-
en el asiento primero dl autobús
jugando con los dedos
a seguir la luz de los faros,
y se me eriza la piel.
Me vuelvo a situar en el mapa
en mitad de México,
y recuerdo los mares,
los glaciares,
las pirámides en la selva,
los tesoros ya vistos…
Y me pellizo el brazo
deseando
que no sea un sueño.