En una colina,
lejos de la vía del tren
y los poblados,
encontré un parpadeo azulado
-tan parecido a un guiño cómplice
sólo a mi dedicado-
y no creí que fuera posible
que las estrellas estuvieran tan cerca,
que las sonrisas fueran tan sinceras
y que los sueños no se distinguieran de mi piel.
Y no fue peyote lo que encontré
en Real de Catorce,
si no algo más sencillo:
una sonrisa amable,
sincera;
tan lejana, digo,
de la colina
y del poblado;
y tan cercana, pienso,
de la inmensidad de las estrellas.